La
Playa D.C. es una de las cincuenta películas que el grupo Cinélangues del
Rectorado de París ha dispuesto como apoyo pedagógico para los profesores
franceses que enseñan las lenguas latinas (castellano, italiano y portugués) a
los estudiantes tanto de básica (collègiens) como de nivel medio (lycéens). La propuesta contiene un
dossier pedagógico titulado “Escribo mi crítica de la película La Playa D.C.
que puede ser adoptado para diversos niveles de análisis” con sugerencias
didácticas y artículos sobre los fenómenos de desplazamiento, racismo, música y
conservación cultural en Colombia. El material pedagógico está propuesto para
desarrollarse en tres momentos: antes de la visualización de la película, durante
la visualización del filme y posterior a la visualización. Para el primero se
proponen textos sobre la situación social y política de Colombia que permitan a
los estudiantes –según su nivel escolar- contextualizar la narración; para la
segunda se trata de asistir a su proyección en la sala “La Nouveau Latina”;
para la tercera se proponen materiales que van desde fotogramas, diálogos de la
película, preguntas acerca del desarrollo de la historia y propuestas de
trabajo sobre el filme y sus contextos histórico-sociales. Para cada uno de esos momentos hay ejercicios
propuestos para trabajo individual, de grupo y de intercambio oral y/o escrito.
Pero todo ello se apoya en el carácter semi-documental del filme.
La
película es definitivamente controversial. Para algunos comentaristas se trata
de una narración a medias, para otros es un testimonio valeroso y para algunos
fue de lo menos significativo de lo hecho en Colombia en el 2011- 2012. El caso
es que de ella se han ocupado tanto críticos que reciben remuneración por
escribir sobre cine, como doctorandos en artes escénicas y –como se vio en el
párrafo anterior- profesores extranjeros que la proponen como material
pedagógico.
El
asunto es que trata de afrodescendientes colombianos desplazados del litoral
pacífico pero no muestra el proceso de desplazamiento; sabemos de la exclusión
por razones de raza pero no hay un seguimiento por los diversos escenarios
racistas de la ciudad en donde se desarrolla la anécdota; sabemos del dolor del
personaje pero el gesto nunca se desgarra; sabemos que el personaje busca a un
hermano perdido en los callejones perversos pero encuentra a otro que no le
interesa sino su propia suerte; sabemos que desperdicia la confianza que le
brindan otros que apenas distingue pero se reencuentra a sí mismo gracias a que
esos otros no ejercen venganza contra él sino solidaridad sin discursos. En
esas contranarrativas me parece que es donde reside el valor de esta película
colombiana. Trataré de explicarme.
En la década de los cincuenta del siglo
pasado, el dramaturgo alemán Bertolt Brecht dirigió los ensayos del grupo
teatral Berliner Ensemble para poner en escena su obra “Los fusiles de la
señora Carrar” cuya historia transcurre durante la guerra civil española. Un
contingente republicano está en casa de ella reclamando un armamento que ella
niega porque no quiere vincular sus hijos a una contienda que no les pertenece:
la señora Carrar entiende que excluirlos de la guerra es su acto de amor
supremo. Pero, entrada la noche, los aviones franquistas bombardean los botes
de los pescadores y, contra todas las previsiones maternas, muere inocentemente
el hijo de la protagonista. Cuando el grupo de pescadores ingresa a la casa con
el cadáver de su hijo, la actriz que la representaba no irrumpe en gritos y
lamentos: apenas baja la cabeza y dice a media voz “lo mataron”; se hizo un
silencio de apenas un par de segundos que fueron como una eternidad, la mujer
se levantó, tocó el rostro del difunto y empezó a disponer las cosas para el
sepelio: la primera de ellas, sacar los fusiles de un escondrijo bajo el piso y
entregarlos a quienes habían venido por ellos. El gran dolor, el inmenso drama
que rompe el corazón de la Señora Carrar no se expresa con gritos como en la
dramaturgia romántica, sino en la ruptura de la vida de quien comprende que
nadie puede estar por fuera del conflicto y tiene que comprometerse y actuar en
contrario de todo lo que había defendido.
Eso mismo es lo que me parece valiente de este
filme: narrar sin los estereotipos y, tal vez, contra varios de ellos. Así como
el neo-realismo italiano recurrió a personas sin previa formación actoral en
películas como “Roma ciudad abierta” y “Ladrones de bicicletas”, con lo cual
logró romper con los cánones narrativos de una cinematografía que había
ignorado la profunda experiencia social de la segunda gran guerra –el hambre,
la inseguridad y la vida colectiva- o la había reducido a la creación de
personajes cuyo heroísmo se basaba en formas expresivas del romanticismo –el
individualismo, la ignorancia de la cotidianidad social y la distancia con el
drama cotidiano-, La playa DC fue protagonizada por actores con ninguna o muy
poca experiencia actoral. Ello mismo conlleva consecuencias específicas en la
forma de la narración como el hecho de que durante largas secuencias la cámara
no se centre en el actor y su expresión gestual sino que lo acompañe tras su
espalda lo cual es aprovechado para contrastar su serenidad con el ritmo y la
exterioridad de la ciudad que lo ignora. Ese es, en mi entender, el recurso
estético que la película pone en juego para mostrar la extrañeza de la vida
social en la ciudad que siendo a la vez un lugar de acogida es también de
marginamiento y despreocupación por la suerte de las minorías huidizas.
Muchos han señalado que el momento más
significativo de la película es la secuencia en que Tomás, el protagonista, y
su hermano Jairo subidos en los restos de una vieja y deshuesada camioneta, a
través de las cicatrices del panorámico, rememoran el asesinato de sus mayores
y el encuentro de su propia vía de escape. Y hay que estar de acuerdo que como
espectáculo de imagen esa secuencia es inolvidable. Pero en la sutileza de la
vida profunda, me parece que el momento de la reconstrucción social es
muchísimo menos espectacular. Se trata del reencuentro del valor de la
solidaridad sin aspavientos ideológicos. Solidaridad étnica, solidaridad de
quienes se buscan entre las cenizas del conflicto, solidaridad a pesar de la
confusión citadina.
La secuencia que me parece significativa está
integrada por la larga descripción de la angustia desatada por el hurto del que
es víctima Tomás en un callejón del vicio. Allí pierde el dinero que –de buena
fe- le había prestado un paisano del Pacífico ya establecido como peluquero en
el centro comercial, con el fin que se comprara una rasuradora y se viniera a
trabajar con él en su barbería. Cuando Tomás logra volver a reunir el dinero y
compra la rasuradora, sale de las sombras de su fuga moral y le entrega el
aparato a su paisano. Pero éste, mirándolo con desconfianza y aire de hombre ya
salvado de la miseria del desplazamiento, le dice “Cójala para Ud. Yo tengo
varias y no necesito esa”. Es un parlamento desconcertante. La cámara muestra a
la vez la recriminación solidaria del paisano y la sorpresa del hombre
recriminado pero conforme con la senda que se le pone como tarea para su nueva
vida.
Estos son algunos de los rasgos de esta
película colombiana del 2012. Película del desplazamiento, ciertamente. Pero
ante todo, película de la búsqueda de sí que es más que un yo individual y
familiar, porque lo que encuentra y que poco gusta a los espectadores nutridos
en el cine como industria es un yo social solidario que sin proponérselo
pervive como un remedo de dirección a dónde ir.
Esta cinta es la metáfora de Bogotá. Pero
también podría ser la de muchas de nuestras ciudades de Colombia. Ciudades que
han desbordado los límites de habitantes oriundos de un lugar específico, de
grupos étnicos y culturales aislados y son el abigarramiento de seres que han llegado
en busca de seguridad, de vida y de un lugar sagrado donde morir para regresar
a las entrañas del infinito mundo.
Este podría ser un bello ejercicio de rescate
de la pluralidad de orígenes y etnias. Instituciones educativas en donde las
Escuelas de Padres y las respectivas asociaciones, los grupos de profesores y
las barras de estudiantes recuenten sus historias de vida, sus lugares de
origen, las memorias de sus propios padres y abuelos. Las descripciones de lo
que queda en la penumbra de sus recuerdos como las acciones que los permitieron
romper con sus pasados y volver a construirse. Las angustias, las
incertidumbres y el efímero presente que reúne a todos y cada uno como miembro
de la comunidad educativa.
Sin desvalorizar nada de lo dicho al comienzo,
este no sería un ejercicio propuesto para descubrir la vida de otros más allá
de los mares. Es una acción para descubrirse a sí mismo en medio de la
cotidianidad que nos posee y nos moldea según el antojo de los medios de
comunicación y los ideales de “la prosperidad”.
Lecturas
recomendadas:
Odile Montaufray (http://www.cinelangues.com) Dossier
pédagogique (CECRLB1-B2)
http://www.cinelatino.com.fr/sites/default/files/lesdossiers/dossier_la_playa_v3_0.pdf
Autor:
Carlos Fino en
http://www.razonpublica.com/index.php/cultura/3549-la-playa-dc-intersecciones-cartograficas-de-la-ciudad-invisible.html
Autora: Patricia Martínez Sastre en
http://www.elantepenultimomohicano.com/2013/09/la-playa-dc-critica.html