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sábado, 17 de diciembre de 2011

Fish Tank (Tormenta en la pecera)


 
Se trata de un relato urbano de vecindario pobre, surcado por historias sin preguntas ni sentido. Un multifamiliar de minúsculas habitaciones. Música hip-hop con violentas letras y niñas que entrenan su singracia para moverse al ritmo que les ofrece un futuro de bailarinas de cabaret. Nada que ver con el hip-hop. Herencia de desconciertos que promete alcohol, soledad y tal vez, un futuro de abortos. La tarea juvenil de hace cien años es un fracaso.

Dirección y guión: Andrea Arnold.
País: Reino Unido. Año: 2009.
Duración: 124 min.
Género: Drama.
Interpretación: Michael Fassbender (Connor), Rebecca Griffiths (Tyler), Katie Jarvis (Mia), Sydney Mary Nash (Keira), Harry Treadaway (Billy), Kierston Wareing (Joanne).
Producción: Kees Kasander y Nick Laws.
Fotografía: Robbie Ryan.
Montaje: Nicolas Chaudeurge.
Diseño de producción: Helen Scott.
Vestuario: Jane Petrie.
Distribuidora: Alta Classics.
Estreno en España: 30 Abril 2010.
No recomendada para menores de 16 años.

Sinopsis

“Fish tank” es la historia de Mia, una quinceañera inestable, con problemas, que no encaja en el sistema escolar y es rechazada por sus amigos. Un cálido día de verano, su madre lleva a casa a un misterioso desconocido llamado Connor, quien promete cambiarlo todo y llevar el amor a sus vidas…



La última vez que supe de Alfonso Rodríguez –“Reunión”- fue hace seis años. Nos encontramos a la salida de la estación del Trasmilenio, en Marly. Caminamos juntos un par de cuadras, charlando de la vida y nuestros quehaceres. Me enteré que acababa de jubilarse como funcionario de la Universidad Cooperativa, en Bogotá y que ahora estaba dedicado a un negocio de panadería. Me dio un número telefónico a donde estuve marcando pero nunca me contestó nadie. Eso fue todo. Pero, la primera vez que supe de él, fue en el 64. Éramos estudiantes de filosofía en la Nacional. Él cursaba tercer año y yo apenas era un primíparo, desubicado, recién llegado de provincia, interesado por el teatro metafísico de Sochamandou –otro compañero de estudios. Rodríguez tenía un aspecto kafkiano y ocupaba un cuarto de una casa de estudiantes del barrio El Recuerdo, cerca de la Universidad. Entre el olor húmedo de su habitación, sentados en pobres butacas estudiantiles, hablamos del montaje y los textos de los “Cuentos para descifrar” del mismo Sochamandou, de la experiencia de la actuación, de la pérdida de identidad y mil cosas más. Terminó prestándome un libro de narraciones cortas de un tal Hermann Hesse: “La ruta hacia sí mismo”. Desde la primera página, el impacto que sufrí fue indescriptible. En las librerías de segunda, compré “Demián”, “El lobo estepario”, “El juego de abalorios”  y otros tres. El tal Hermann Hesse, era –para mi provinciana sorpresa- un suizo-alemán, crítico de la Alemania de la primera gran guerra y opositor a las pretensiones del Nacionalsocialismo y de la guerra de Hitler. Un año después de concluida ésta, le habían otorgado el Premio Nóbel de Literatura (1946).

Demián es una novela corta, publicada al final de la Primera Gran Guerra. Relato cuasi-autobiográfico de la juventud de Hesse. Relato de la sinrazón, de la pérdida, del engaño, de la crisis social y personal. Relato en primera persona, desde el habla del protagonista, Emil Sinclair. Relato de la quiebra de los valores tradicionales conscientemente asumida. Con una figura enigmática pero consecuente señalando la tarea de “romper el cascarón”. Destruir el sistema moral que divide el mundo en blanco y negro para justificar los excesos. En concordancia con las ideas de la novela, el mundo ético es el desafío de totalidad que sólo la juventud puede construir. Juventud que emerge del dolor y de la confusión. Aunque el relato no tiene un final feliz, revela la impronta de futuro en construcción. La otra obra de Hesse señala caminos alternativos a la cultura occidental. En ello, fue predecesor de la inclusión social, de la igualdad y de la resistencia de la juventud norteamericana a la guerra de agresión contra Vietnam. Pero es esa impronta de tarea de futuro lo que considero que es importante rescatar, para ponerme a tono con la historia de Fish Tank.

Se trata de un relato urbano de vecindario pobre, surcado por historias sin preguntas ni sentido. Un multifamiliar de minúsculas habitaciones. Música hip-hop con violentas letras y niñas que entrenan su singracia para moverse al ritmo que les ofrece un futuro de bailarinas de cabaret. Nada que ver con el hip-hop. Herencia de desconciertos que promete alcohol, soledad y tal vez, un futuro de abortos. La tarea juvenil de hace cien años es un fracaso. En el asqueroso mundo, no hay caminos alternativos. La resistencia ha devenido rabia. La institución educativa es una amenaza marginal. La soledad, la calle y el adulto que engaña son la clave. Abortar o no abortar, ese es el misterio de la vida. La furia juvenil no da siquiera para liberar una yegua vieja y enferma. La gran aventura es mantener al perro guardián en silencio, mientras se consuma el robo en un solitario depósito de autos chatarra. La venganza consiste en mearse en la sala. El bonito de la historia, la figura que provoca ternura, es un traidor, un adúltero y un abusador. La oferta de trabajo está en el prostíbulo. La figura que promete futuro, no promete nada; no tiene discurso; tiene un viejo auto sostenido con piezas de remiendo. No tiene un discurso pero puede abandonar este mundo para instalarse en otro; otro mundo que no es promesa ni amenaza. Simplemente es una ruta de escape. ¿Qué habrá allí? Lo mismo que acá: pobreza, desesperanza, negocio de autos inservibles por caballos enfermos; las tradicionales prácticas de la gitanería.

La metáfora de esta película está contada a través de la historia de una adolescente “llena de sonido y furia”. Pero, al contrario de lo que afirman los comentaristas españoles de La butaca punto net, me parece que el filme no se agota en la anécdota de esta película. El realismo de su directora, su apelación a una actriz novel para protagonizar la historia de Mia, su recurso de la cámara al hombro para construir algunos episodios de lo más significativos, el contraste entre el vecindario y el barriecillo de casas modestas pero espaciosas donde vive el amante con su familia “de verdad”; todo ello me arranca de la mera anécdota de una adolescente iracunda, desubicada y grosera. Me parece que el filme cuenta su mundo. Su ira, su desubicación y su grosería no salen del alma virginal de Mia. Las borracheras y la búsqueda de la madre por encontrar un hombre que le sirva para lo único que sirven los hombres –según ella- y su supervivencia de no se sabe cómo, no son de la naturaleza femenina. Todo es la armonía de un mundo al borde. Un mundo suspendido en el limbo de ningún lugar.

No aplaudo ninguna secuencia. No aplaudo al final. Pero me hundo en mi silla de la platea de la Sala 2, de los cinemas del Centro Comercial de la 72, recordando a mi amigo Alfonso Rodríguez que me puso en el camino de la lectura de textos comprometidos con la vida y, con ello, abrió la puerta para hacer muchas cosas que no tienen nada que ver con la tarea de los salones de clase.