Dirección y guion: Terrence Malick.
País: USA. Año: 2011. Duración: 141 min.
Género: Drama.
Interpretación: Brad Pitt (Sr. O’Brien), Sean Penn (Jack), Jessica Chastain (Sra. O’Brien), Fiona Shaw (abuela), Irene Bedard (mensajera), Hunter McCracken (Jack joven), Laramie Eppler (R.L.), Tye Sheridan (Steve).
Producción: Dede Gardner, Sarah Green, Grant Hill, Brad Pitt y William Pohlad.
Música: Alexandre Desplat.
Fotografía: Emmanuel Lubezki.
Montaje: Mark Yoshikawa.
Diseño de producción: Jack Fisk.
Vestuario: Jacqueline West.
Distribuidora: Tripictures.
Estreno en USA: 27 Mayo 2011.
Estreno en España: 16 Septiembre 2011.
Estreno en Colombia: Enero de 2012
Apta para todos los públicos.
Sinopsis: “El árbol de la vida” es un canto a la vida. Busca respuestas a las preguntas más inquietantes, personales y humanas; a través de un caleidoscopio de lo íntimo y lo cósmico, que va de las emociones más descarnadas de una familia de un pequeño pueblo de Texas a los límites infinitos del espacio y del tiempo, de la pérdida de la inocencia de un niño a los encuentros transformadores de un hombre; y lo hace con sobrecogimiento, asombro y trascendencia a través de una historia impresionista de una familia del medio-Oeste americano en los años cincuenta, que sigue el transcurso vital del hijo mayor, Jack, a través de la inocencia de la infancia hasta la desilusión de sus años de madurez, en su intento de reconciliar la complicada relación con su padre (Brad Pitt). Jack (como adulto, interpretado por Sean Penn) se siente como un alma perdida en el mundo moderno, en busca de respuestas sobre el origen y significado de la vida, a la vez que cuestiona la existencia de la fe. A través de la imaginería singular de Malick, vemos cómo, al mismo tiempo naturaleza bruta y gracia espiritual construyen no sólo nuestras vidas como individuos y familias, sino toda vida existente.
Las preguntas fundamentales surgen en la ignorancia. El pensamiento de los inconformes es una cimiente maldita que toma forma de misterio, palabras para enunciarlo y ritos para conjurarlo. Las historias de las religiones y las ciencias –que ocurren por vías diferentes- es la narrativa de ese trasiego de los inconformes. No me referiré a las religiones porque no es mi fuerte, aunque las investigaciones de Martin Pearson Nilson sobre la religión griega más antigua sea muy rica en información sobre “La señora de las serpientes”, mil veces asociada a la figura de un árbol y al rito de la cópula de sus practicantes con el árbol sagrado, etc. Prefiero la historia del origen de la química y tal vez de la física clásica que son más cercanos a nuestra vida intelectual.
La física y la química nacieron en esos terrenos de ignorancia concreta. Ignorancia poblada de dioses, demonios, espíritus y sustancias. Sus cultores originarios se imaginaron plantando el árbol de la verdad y sus enemigos –los ignorantes conformes- lanzaron anatemas sobre ellos. Hacia mediados del siglo XVI de nuestra era, un hombre dedicado a la alquimia –precedente de la química occidental- escribió en el latín de su época el libro de sus secretos para heredarlo a su propio hijo. Se desconoce el nombre de ese autor, pero una copia excelente de su libro se halla en la Biblioteca de la Universidad de Winsconsin, en Madison, con una muy buena traducción al castellano. El libro se llama “Instrucción de un padre a su hijo acerca del árbol solar” o árbol del sol que viene a significar “árbol de la verdad”. Las revelaciones son del siguiente tenor:
“…yo, en ésta plática, te hablaré clara y abiertamente, no diré más que lo necesario para la preparación de ésta Obra admirable, y sin error ninguno manifestaré la verdadera Ciencia de nuestra única y preciosa materia. Es así que te mostraré la Sal esencial de Sapiencia, o Azufre de los Sabios, y el modo de preparar el Mercurio de los Filósofos, y también la fuente eterna de Agua viva que, para los Hijos de la Ciencia , es un agua de vida celeste y te mostraré mediante qué artificio del Arte ha de ser extraída de su centro, que es la fuente muy profunda de la Naturaleza.”
Este texto como todo el libro, nos muestra que lo insondable sólo puede decirse como convocatoria que comporta alusiones a un mundo secreto y aterrador. Estas alusiones sirven, al mismo tiempo, para mantener el secreto en pleno corazón de la revelación y para provocar el asombro con la promesa del resultado espiritual, tal como esconder el nombre sirve para cuidar al enunciador de la verdad. Se necesitaría que van Helmont se armara de frascos, balanzas e instrumentos de medición para que los espíritus (Gosten) que habitaban la profundidad de las cavernas y las minas de carbón fueran reducidos a la noción empírica de “gases”. En la historia de la física clásica, el canónigo Nicolás Copérnico no tuvo que esconder su nombre porque su detallado trabajo de observación del cielo está tan lleno de información y paradojas, que resultaba más fácil ignorarlo que tratar de entenderlo. Sólo cuando Galileo lo enseñó en la Universidad , lo defendió en el concierto de la discusión intelectual y lo difundió con otras publicaciones, sobrevino el desconcierto entre los jerarcas de la Iglesia Católica quienes prohibieron el libro de Copérnico y, bajo amenaza de suplicio, obligaron a Galileo a abjurar de sus conocimientos y sus prácticas de docente e investigador.
La película de Malick me parece moverse en una condición semejante. La razón es que nada de su contenido conceptual e intelectual es novedoso; está soportado en saberes de la psicología, exploraciones psicoanalíticas, etno-sociología de la familia, hipótesis de la física, la astrofísica y la física molecular sobre la historia del universo, conclusiones sobre el desarrollo histórico de las especies animales y vegetales. Al mismo tiempo, las prácticas de difusión masiva de esos saberes han popularizado las imágenes que la fotografía de la película logra con efectos digitales, cámaras especiales y angulaciones no tan comunes. Pero se sirve de todo ello, lo ordena, lo secuencia y lo expone para provocar algún asombro que oculte la ambigüedad narrativa y su elusión sobre los temas de la película. No me parece una revolución cinematográfica; sí una exploración en la composición fílmica para decir el amor familiar, la complejidad de la crianza vista desde los dos ángulos –el de la criatura y el de sus padres-, el abismo del duelo y la soledad que trasciende al hombre y su ciudad.
La película se abre con un parlamento que es, realmente, remembranza que Jack mayor evoca de un parloteo de su madre sobre la vida, el amor, el perdón, la naturaleza y la gracia según las enseñanzas de las monjas en su propia época de aprendizaje. Y toda la cinta ocurre como descripción del paisaje espiritual del personaje protagónico. Allí está él mismo de niño y de joven, su hermano, sus padres y su abuela; la casa y las relaciones patriarcales del sustento, la crianza familiar y los ecos de la angustia por la incertidumbre del empleo; el silencio solemne de la madre (Jessica Chastain) con sus reminiscencias de la educación moral; la música como un bloque de cemento molido por las manos de papá O´Brian (Brad Pitt), la alegría y la dulzura humana y musical de Steve, el hermano menor (Tye Sheridan), mientras Jack adolescente (Hunter McCracken) descubre la doble moral del patriarca y entra en conflicto con él, consigo mismo y con el mundo. Y, de pronto, la figura de Jack adulto (Sean Penn) irrumpe en pantalla como un ícono de hierro: su cara filosa, su mirada a ninguna parte, su perfil como un cristal rebotando destellos de luz; lo que él tenía que decir sobre su padre está en los diálogos de adolescencia; no tiene a nadie cerca de sí y desde su ventana la ciudad se ve vacía. El silencio es todo su paisaje; el silencio y sólo la frase que interroga por el hermano muerto. Es el mundo del duelo. Duelo por la desaparición del padre admirado de su infancia, por el hermano que significaba la figura para su reconocimiento, por la madre devenida en palabras vacías y por él mismo devenido progresivamente en soledad y pérdida.
Los parlamentos y diálogos son residuos sonoros del pasado mientras que la interrogación que denota el duelo se expresa en monólogos. Como quien dice, que la soledad insondable es alusión y convocatoria del tiempo perdido. Los demonios perviven tras los cristales pulidos y brillantes de los edificios de la gran ciudad, en los mobiliarios inútiles de oficinas sin sentido, y en el gesto enigmático del hombre sin quehacer conocido, abandonado a los recuerdos.
La narración no narra, sólo pega secuencias para significar. La narración deja a su espectador la ardua tarea de construir una historia. La narración evoca. La narración como intervención del enunciador va más allá de la polisemia del discurso oral; justamente a la polisemia de la imagen. Así propicia que todas las apreciaciones e interpretaciones tengan los visos de la razón
Como un alquimista, Terrence Malik el director, que pretende revelación de otro cine, construcción en contra del cotidiano, mezcla oscuridades y tiempos y soledades; y como los alquimistas de la edad media y comienzos de la era moderna nos propone como verdad del relato un signo que huye de su unidad significante, pero nos instala en el corazón comprometido de los ignorantes curiosos. Como tales, algunos se deshacen en reverencias y cantos de alabanza, mientras otros consideramos que hay demasiada basura reiterada en el silencio, demasiada basura sacada de los libros y pretensiosamente justificada por otros como recreación de la experiencia personal del director.