Una historia de hombres golpeadores, mujeres maltratadas y criaturas en condición para aprender la violencia como forma del amor. Cientos de metros de celuloide invertidos en reiterar golpes, agresiones y sometimientos sin agregar ni una sola sílaba que ilustre las razones fuertes de la rebelión de Umay, la protagonista. Me quedé con la pregunta ¿por qué Umay no siguió el paradigma de su madre y de su hermana?
Año: 2010
Año: 2010
Género: Drama
País: Alemania
Formato: Color
Duración: 119 minutos
Título Original: Die Fremde
Dirección: Feo Aladag
Producción: Feo Aladag / Züli Aladag
Guión: Feo Aladag
Música: Stéphane Moucha / Max Richter
Estreno Mundial: 11-mar-2010
Intérpretes
Sibel Kekilli Umay
Nizam Schiller Cem
Derya Alabora Alyme
Derya Alabora Alyme
Settar Tanriogen Kader
Tamer Yigit Mehmet
Serhad Can Acar
Almila Bagriacik Rana
Florian Lukas Stipe
Sinopsis
Umay, nacida en Alemania, decide escapar de su asfixiante matrimonio en Estambul llevándose con ella a su hijo pequeño Cem. Su esperanza es encontrar una vida mejor con su familia en Berlín, pero su inesperada llegada suscita un intenso conflicto. Su familia está dividida entre el amor que sienten por Umay y los valores tradicionales de la comunidad a la que pertenecen. En último término deciden enviar a Cem junto a su padre, que está en Turquía.
Con el fin de no separarse de su hijo, Umay se ve obligada a ponerse en marcha una vez más. Aunque finalmente reúne la fuerza interior necesaria para emprender una nueva vida en compañía de su hijo, la necesidad que tiene de contar con el cariño de su familia la empuja a intentar la reconciliación con ellos.
Fuente: http://www.cineol.net/pelicula/22894_La-Extrana
Con el fin de no separarse de su hijo, Umay se ve obligada a ponerse en marcha una vez más. Aunque finalmente reúne la fuerza interior necesaria para emprender una nueva vida en compañía de su hijo, la necesidad que tiene de contar con el cariño de su familia la empuja a intentar la reconciliación con ellos.
Fuente: http://www.cineol.net/pelicula/22894_La-Extrana
Cuando Thomas Mann decidió escribir la historia de “José y sus hermanos” el desafío fue monumental. Se trataba de contar una historia archiconocida en el mundo cristiano occidental sin alterar lo que ya estaba consignado en el libro sagrado del cristianismo, pero sin limitarse a la Escritura misma. La elección del tema devela el compromiso del autor, por lo cual, el primer peligro estriba en que dicho compromiso arrastrara la composición literaria y terminara por someter el trabajo del escritor al de predicador de la metáfora bíblica. Para librarse de tal peligro, el autor dedicó largos años a ampliar su profundo conocimiento documental de la época y de las culturas que se movían en el entorno donde fue posible la anécdota. Estudiar lenguas caídas en desuso hace siglos, leer libros en que los hombres de la época expresaron sus anhelos, sus temores y sus convicciones sacras. Así, terminó por conocer, vivir, pensar e imaginar los parajes, las personas, los rigores del tiempo, los olores, los encuentros, las formas de argumentar y de mentir, los vestuarios, las insinuaciones y los logros como también los dolores y frustraciones intercambiadas entre pueblos, familias y personas de las más diversas procedencias de la época. Una vez nutrido de ese nudo cultural, Thomas Mann narra de la siguiente manera la disciplina del artista:
“En cuanto a nosotros, que emprendemos aquí el relato de todas estas cosas… y sin que ningún factor externo nos fuerce a ello, nos precipitamos en una inabarcable aventura… ¿Acaso tenemos nosotros morada alguna? ¿Acaso no estamos también condenados a la desazón, no se nos ha dado un corazón que no conoce el sosiego? El que narra…. se limita a plantar la tienda…. a la espera de señales que indiquen… el camino, y pronto siente latir su corazón, en parte de gozo y en parte por miedo y terror carnal, pero en cualquier caso en señal de que llega el momento de seguir hacia peripecias nuevas, que habrá que agotar minuciosamente, en todos sus detalles imprevisibles, para satisfacer la inquietud del espíritu…. Se trata de un descenso a los infiernos. Nos internamos bajo la tierra y bajamos hacia las profundidades, cada vez más hondo, y palidecemos mientras exploramos la sima nunca sondeada del pozo del pasado.” (Cfr. Thomas Mann; "José y sus hermanos"; Ediciones B, grupo Z; Barcelona, 2000; Volumen I, pgs 60, 61 y 62)
En conversación epistolar con mi amiga Nohra García coincidimos en que la escritura de la novela es como descender a una maraña de nombres, épocas, culturas y correspondencias entre pueblos vecinos, cada uno de ellos afirmando sus credos e influyendo y reconstruyendo lo suyo. Así es la construcción de la novela; traspasar la "verdad" de un pueblo y explorar las verdades de una cultura con muchos tentáculos: un infierno de creencias e imaginarios con muchas salas ilustradas de aquelarres y demandas a sus divinidades. Nada es falso, ni nada es verdadero. Todo es cultural.
Esa condición de narrador que agota minuciosamente todos los detalles imprevisibles para satisfacer la inquietud del espíritu, es lo primero que hecho de menos en el filme. Feo Aladag, periodista y creadora de spots pagados por Amnistía Internacional, sobre los derechos de las mujeres no simplemente descendió a los infiernos para satisfacer la inquietud del espíritu, descendió para aprender y reproducir el mensaje de insatisfacción y de sanción a la violencia contra las mujeres. Así es la historia central del filme.
Una historia de hombres golpeadores, mujeres maltratadas y criaturas en condición para aprender la violencia como forma del amor. Cientos de metros de celuloide invertidos en reiterar golpes, agresiones y sometimientos sin agregar ni una sola sílaba que ilustre las razones fuertes de la rebelión de Umay, la protagonista. Me quedé con la pregunta ¿por qué Umay no siguió el paradigma de su madre y de su hermana? La respuesta implica muchos supuestos, pero ninguna razón en la narración. Una vez expresada esta disconformidad, me resulta claro que el compromiso ético y político de la cineasta es mucho más fuerte que su compromiso narrativo. Pienso que la película está atrapada, silenciosamente atrapada en los compromisos humanos de su directora y guionista con Amnistía Internacional. Y mi solidaridad con las mujeres maltratadas es lo que hace difícil que exprese mi visión sobre las limitaciones narrativas.
Ahora tengo que expresar lo que menos me gusta, mejor dicho, lo que me parece catastrófico: el chovinismo de esta película alemana que pone como protagonistas de la violencia de género a un pueblo extranjero y a una cultura bastante señalada de violencia en todas partes: el pueblo turco y la religión del Islam. Recuerdo que fue gracias a la Policía alemana que Umay fue rescatada dos veces de la agresión de su hermano; que gracias a la casa alemana para mujeres victimadas, la protagonista encuentra el refugio que le niegan su madre, su hermana y toda su familia; que es la amiga alemana quien le cuida y prohíja su niño; que su admirador alemán le expresa afecto, admiración y alegría. Del lado de los turcos sólo hay violencia y rencor, apariencias y antifeminismo. Todo apoyado en la cultura y en la religión del Islam. Definitivamente, esta me parece la arista más odiosa de la película.
Pero el filme tiene un par de apuestas que, a lo mejor por mi condición masculina, me parecen relevantes. Espero que no sea esa la razón, y voy a expresar esas apuestas. Se trata de un grupo de dos o tres secuencias en que las figuras patriarcales y los varones turcos se buscan, se reúnen solos en torno a una mesita y en la que los hermanos consuman la venganza. En ellas no hay diálogo; los gestos se funden entre la rabia, la impotencia y el desconcierto. Quiero decir que me parece que son presentados como criaturas tan débiles que no tienen palabras para cruzar entre ellos. Comentando estas secuencias, después de la función, CECO consideró que son las secuencias que narran el complot para asesinar a Umay, pero yo no encuentro ningún detalle en la imagen que me permita afirmar o compartir ese planteo. Me parece que son hombres colocados al límite de lo desconocido del amor filial, y allí se debaten -con el miedo en la cara- entre el proverbio tantas veces repetido de que “la sangre es más espesa que el agua” y la obligación cultural de vengar la afrenta de la rebelión femenina. El llanto del padre en su lecho de cuidados intensivos y su parlamento diciendo entre lágrimas a Umay que “lo perdone, pero que se vaya” es demostrativo de cuánto sufrimiento se esconde tras la aparente fuerza. Creo que estas secuencias completan el parlamento paradigmático: la mano que golpea es también la mano que acaricia, y -digo yo- que es también la mano que sufre. Más aún, sufre sin alternativa: Umay puede optar el camino de la resilencia, los varones en el poder no tienen alternativa, son esclavos de sus imaginarios.
Thomas Mann no tenía por qué asumir en lo propio una condición homosexual para narrar su preciosa novela "Muerte en Venecia". Sólo tenía que plantar la tienda en los exquisitos salones del lujoso hotel Excelsior y en las calles de la ciudad asolada por la peste, para seguir con detalle la angustia de la prenda entre el solitario Gustav Aschenbach y el joven Tadrio. Tampoco Feodora Aladag habría tenido necesidad de aferrarse a sus convicciones de género para narrar la historia de Umay maltratada y golpeada por su familia. La diferencia de las opciones entre los dos, el escritor y la cineasta, se ve en la calidad de sus narraciones, sin importar que la película sea una ópera prima.