domingo, 25 de septiembre de 2011

De dioses y hombres


Director: Xavier Beauvois
Intérpretes: Lambert Wilson, Michael Lonsdale, Olivier Rabourdin y Philippe Laudenbach
En un monasterio ubicado en las montañas de Magreb, a comienzos de los años 90, ocho monjes franceses cristianos viven en armonía con sus hermanos musulmanes, hasta que un equipo de trabajadores extranjeros es masacrado por un grupo islámico, lo que hace que el terror se instale en la región. El ejército ofrece protección a los monjes pero ellos se rehúsan a aceptarla. A pesar de las crecientes amenazas que los rodean, los monjes deciden quedarse.
Guión: Etienne Comar
Producción: Armada Films, Why Not Productions
Distribución: Babilla Cine
Fotografía/imagen: Caroline Champetier
Sonido: Jean-Jacques Ferran, Éric Bonnard
Montaje: Marie-Julie Maille
Festival Internacional de Cine de Cannes - 2010  
   Gran Premio para Xavier Beauvois 
César de Cine Francés - 2011
    Premio a la Mejor Película Francesa del año.
    Premio a la Mejor Fotografía.
    Premio al Mejor Actor de Reparto para Michael Lonsdale.
Lumières de la prensa extranjera - 2011
   Premio al mejor Actor para Michael Lonsdale.
   Premio a la Mejor Película.
   
(Información tomada de la programación del X Festival de Cine Francés en Colombia) 

La relación Francia – Marruecos – Terrorismo no es episódica. Es endémica. En el cine, Guillo Pontecorvo realizó en 1965 el filme “La batalla de Argel”, película que obtuvo 5 premios internacionales entre ellos, la distinción BAFTA de Naciones Unidas. Con una narrativa que oscila entre el documental y la ficción, recuenta el uso de estrategias terroristas para lograr la independencia argelina de la opresión francesa. En respuesta, el general Massu escribió un libro con el mismo título en el que justifica los métodos terroristas del ejército francés con frases como esta: “No me asusta la palabra tortura, pero pienso que en la mayoría de los casos los militares franceses se vieron obligados a utilizarla para vencer al terrorismo allí”

La relación Francia – Marruecos – arte tampoco es episódica. El más reconocido de los pintores románticos franceses, Eugène Delacroix revolucionó la pintura con colores, temas, ideales  y sentimientos aprehendidos del norte de África.  Y para colmo, la relación catolicismo e islam es mucho menos episódica: pasa por la filosofía, la guerra, la historia social, del islam y de la iglesia católica, y trasciende la literatura, las artes representativas y la ciencia.

Estos son, cuando menos, los marcos borrosos de la cinta “De dioses y hombres”. El contexto explícito es la visión francesa y católica del secuestro de los monjes del convento de Nuestra Señora de Atlas, en 1996. El contexto estético oscila entre el color vibrante de Delacroix – Gericault y la penumbra mortecina del Greco; los diálogos que recrean cotidianidades de pobreza, amenazas militares y testimonios místicos; cantos gregorianos que de pronto se estrellan contra una audición conventual del Lago de los cisnes, de Tchaikovsky; festividades compartidas entre católicos y musulmanes que dan paso al miedo, la soledad, el juego de las escondidas y la disolución de la blancura de la nieve entre la oscuridad de la noche; el reposo auditivo y visual del convento cortado abruptamente por el Caterpillar que se viene sobre los espectadores como se abalanzó el tren a su llegada a la Ciotat, en el film Lumière, o el motor de un helicóptero artillado dando vueltas sobre la oración cantata de los monjes que pugnan por ignorarlo; los primeros planos de monjes conformes, atemorizados o embriagados  deslizándose suavemente entre nogales de troncos inabarcables, verdes de ramas mecidas por el viento y colinas listas para ser cultivadas; incertidumbre de futuro consolando la pobreza  con drogas de farmacia básica, zapatos deportivos de cargazón y miel de abejas.

Yo, pobre espectador recogido en mi butaca, estremecido de antecedentes y discurso cinematográfico, no sabía cómo evadir mis sentimientos atrapados entre la conmovedora secuencia de historia-imágenes y la certeza de un desquite ideológico contra una interpretación del Corán, con el respectivo cobro de cuentas al filme de Pontecorvo. Los créditos finales vinieron a salvarme y pude salir, silencioso, en mangas de camisa al frío bogotano. Ahora, frente al procesador, trato de poner en claro mis razones, pero sé que el juicio no será fácil.

Bogotá, septiembre 17 de 2011

sábado, 24 de septiembre de 2011

Prolegómena al X Festival de Cine Francés en Colombia

(Entre el 16 de septiembre y el 2 de octubre de 2011, en 7 salas de Bogotá, con el patrocinio de la Embajada de Francia en Colombia, se está celebrando el X Festival de Cine Francés. El Festival está programado también para Medellín, Cali, Pereira, Barranquilla y Manizales.)

Es claro que cuando el filósofo alemán Inmanuel Kant escribió su “Prolegómenos a toda metafísica del futuro que aspire a ser ciencia”, hizo dos cosas. Primero, escribió un abordaje a su más importante obra filosófica, “Crítica de razón pura teórica”; segundo, escribió una obra filosófica menos detallada pero igualmente profunda del título ya referido. Así las cosas, se impone una pregunta: ¿Para qué unos prolegómenos? Como cronista, debo guardar las enormes y debidas proporciones con el autor, la obra y el contenido que acabo de citar; sólo me interesa el término inicial del título, pero la pregunta permanece. Y de eso trata esta primera crónica sobre el X Festival. ¿Por qué no irse al cine y conversar al final de cada filme, en vez de comprometer al lector con un tema seguramente pretencioso y poco atractivo?

Se trata de la memoria. Sólo ella da relieve y deja ver la importancia del evento. Ella permite comprender que el Festival no es valioso sólo para cinéfilos. Tras de sí anima una estructura cultural, una “cabeza política” como decían Hegel y Marx hace 200 años; una narrativa con raíces en la novela de Balzac y de Stendhal; una filosofía desafiante a toda forma del Establecimiento; una historia de movimientos juveniles confusos, evasivos y tan radicales como la reivindicación del “Derecho a la pereza” de Paul Lafargue.

Pero se trata del cine. Si algo habrá que rebujar en la memoria, será en la memoria del cine y del cinematógrafo. Ese es el punto: los Lumiérè inventaron ese aparato que ellos valoraban sólo como un artilugio técnico, pero que el público de París puso de moda escandalosa a finales de 1898 y comienzo de 1899. Así se lo expusieron al mago que pretendía comprarles un ejemplar con destino a su propio espectáculo. El argumento oral debió ser más o menos así: “Hasta hoy todo ha sido escándalo y admiración, porque el público no sabe de qué se trata. Pero cuando entienda que sólo son fotografías cuya velocidad de exposición no puede ser discriminada por el ojo y que la existencia de personas y situaciones es una ilusión óptica, el asunto pasará de moda. No podemos engañarlo a Ud. señor Méliès: no vamos a estafarlo con la venta de un aparato que no tiene futuro”.

Estaban equivocados: el aparato construyó futuro. El aparato dio origen a un nuevo arte: narrar con la luz y la apariencia de movimiento creada por ella. Después fue la palabra oral y la sonoridad. Pero, el constituyente es movimiento, imagen. Si el cine puede ser comentado como historia contada, es porque el espectador es palabra y a ella trata de reducirlo. Lo peculiar es la imagen, la secuencia, la ruptura, el retorno, el plano, el encuadre. El gesto seleccionado por la lente, su desarrollo y la relación con el entorno de imágenes construido en la moviola. En el supuesto de la palabra está la novedad de los acontecimientos: el cinematógrafo sirvió primero de noticiero y se constituyó en industria. Toda esa memoria está escrita primero en francés y rápidamente se expandió a otras lenguas y culturas.

Se expandió para re-construir universos diferentes con expresiones disímiles. Mientras Méliès, quien tuvo que comprar un aparato de contrabando luego de la negativa de los Lumiérè, recontaba cuentos de hadas, hacía espectáculos engañosos en los que agrandaba y separaba cabezas de los cuerpos vivientes, inventaba viajes a la luna y coloreaba pacientemente y  uno a uno los fotogramas de  sus filmes; Edwin Porter en Estados Unidos se inventaba historias de bandidos perseguidos y capturados por policías, con un revólver en pleno disparo como hito narrativo; el ingeniero Sergei Einsestein, apoyado por los bolcheviques en el poder, se inventaba un lenguaje para homenajear la épica de la Revolución de Octubre. Pasarían décadas de creación entre el melodrama de Chaplin, el cine denuncia de Orson Wells, la cinematografía metafísica de Ingmar Bergman, la paciencia narrativa de Kurosawa y el color espléndido de Takeshi Kitano.

Así es como estamos esperando esta X versión del Festival de Cine Francés. No simplemente como una secuencia de películas. No una colección de títulos y de historias. Bien el homenaje a Juliette Binoche la connotada actriz; pero más allá, la razón de su gesto, el compromiso con una dimensión estética, con una condición humana. En los filmes seleccionados, habrá que identificar la finura de la cámara, la delicadeza de la imagen, la sensibilidad de la historia, la relación de la humanidad con el mundo y con su naturaleza propia

Bogotá, 13 de septiembre de 2011