Esos son los encantos de esta película. La contradicción, la permanente huída, el lunfardo medido, la pasión irrenunciable del director y los actores –como hinchas del Racing de Avellaneda-, el permanente movimiento dentro del cuadro, la luz y la fotografía exquisitas. Y la ambigüedad del triller: ¿quién asesinó a Liliana Coloto de Morales? Hasta podría pensarse que fue su propio marido. (Tarjeta de invitación a cine)
Sinopsis:
Benjamín Esposito ha trabajado toda la vida como empleado en un Juzgado Penal. Ahora acaba de jubilarse, y para ocupar sus horas libres decide escribir una novela. No se propone imaginar una historia inventada. No la necesita. Dispone, en su propio pasado como funcionario judicial, de una historia real conmovedora y trágica, de la que ha sido testigo privilegiado. Corre el año 1974, y a su Juzgado se le encomienda la investigación sobre la violación y el asesinato de una mujer hermosa y joven.
Esposito asiste a la escena del crimen, es testigo del ultraje y la violencia sufrida por esa muchacha. Conoce a Ricardo Morales, quien se ha casado con ella poco tiempo antes y la adora con toda su alma. Compadecido en su dolor, Esposito intentará ayudarlo a encontrar al culpable, aunque para ello deba remar contra la torpe inercia de los Tribunales y
La búsqueda del culpable será cualquier cosa menos sencilla. No han quedado rastros en el lugar del crimen, y Esposito deberá avanzar a través de corazonadas y conjeturas. Por añadidura,
(Hace unos meses, a raíz de mi comentario sobre "Cuando el amor es para siempre", Wilson Barón se apuntó como seguidor de este blog y me sugirió un comentario sobre "El secreto de sus ojos". Hacía ya ratos que había asistido a la proyección del filme, de manera que no me sentí con elementos para emprender la tarea. Pero ahora, DVD en mano, volví a verla y aquí está mi respuesta)
Jaime Sabines, el poeta mexicano, escribió un verso que hace tiempo me acompaña a pesar de mis olvidos: “Y el amor. El amor es el aprendizaje de la muerte”. Nada; nada hay que agregarle ni quitarle, porque es palabra que abre y cierra al mismo tiempo. Palabra de poeta. Pero cuando el asunto cambia de género y se vuelve, digamos, narrativa cinematográfica (intencionalmente excluyo la novela, para no complicarme), el enunciado se vuelve loza de sepulcro. Pero en “El secreto de sus ojos” la elección de Morales no es dar la muerte para honrar su amor, sino cavar una cárcel y constituirse en carcelero vengativo y secreto. Gómez, el asesino venido a matón del régimen, paga su falta con el encierro y la carencia de todo sonido humano, mientras que Morales paga el amor a su mujer ultrajada y asesinada, con la muerte elegida por él: la vida de carcelero sin tregua; su descanso es su jornada laboral como director de una agencia bancaria. El resto de su vida es la guardia al condenado asesino. Nada hay sublime en su vida. Todo cansancio, soledad, vejez, silencio; él se ha impuesto la pena de no hablar siquiera una palabra con su prisionero. Amando a su mujer muerta, él mismo ha aprendido a morir sin cerrar los ojos.
Jaime Sabines, el poeta mexicano, escribió un verso que hace tiempo me acompaña a pesar de mis olvidos: “Y el amor. El amor es el aprendizaje de la muerte”. Nada; nada hay que agregarle ni quitarle, porque es palabra que abre y cierra al mismo tiempo. Palabra de poeta. Pero cuando el asunto cambia de género y se vuelve, digamos, narrativa cinematográfica (intencionalmente excluyo la novela, para no complicarme), el enunciado se vuelve loza de sepulcro. Pero en “El secreto de sus ojos” la elección de Morales no es dar la muerte para honrar su amor, sino cavar una cárcel y constituirse en carcelero vengativo y secreto. Gómez, el asesino venido a matón del régimen, paga su falta con el encierro y la carencia de todo sonido humano, mientras que Morales paga el amor a su mujer ultrajada y asesinada, con la muerte elegida por él: la vida de carcelero sin tregua; su descanso es su jornada laboral como director de una agencia bancaria. El resto de su vida es la guardia al condenado asesino. Nada hay sublime en su vida. Todo cansancio, soledad, vejez, silencio; él se ha impuesto la pena de no hablar siquiera una palabra con su prisionero. Amando a su mujer muerta, él mismo ha aprendido a morir sin cerrar los ojos.
Muy contrario es el verso de Jacques Prever: “Y luego / fui al mercado de esclavos / y te busqué, amor / pero no te hallé”. Es el canto de amor de los libres. Hombres y mujeres libres que pueden regalarse pájaros, flores y cadenas, pesadas y herrumbrosas cadenas, pero no la esclavitud. Tal parece que no es negarse a tener un o una esclava, sino negarse a aceptar la esclavitud del esclavista. De seguro, es más pesado esclavizar al o la amada que ser esclavo del amante. Lo primero exige la vigilancia, el rencor y la venganza sin tregua de Morales; lo segundo se asume como condición sobreviniente de la ganancia de cuidado, atención y protección que recibe Gómez. En su muerte, la mujer de Morales exige venganza, odio y dolor, y se lleva consigo al propio Morales que es forzado a realizar ese trabajo sin decir nada, sin contar con nadie y en el más profundo secreto.
Pero si de silencios de amor se trata, esta película es un mostrario abierto al público: Benjamín Espósito es también una de las víctimas. Se trata del empleado judicial que no se confiesa el amor por su jefa; que tiene que escribir una novela sobre el amor de otro para poder llegar a sí mismo; que actúa como un torpe evadiendo el compromiso de la confesión, el compromiso de un beso, el compromiso de una ternura. Después de 25 años en el silencio de su propio amor, ha vivido la muerte diaria en una oficina cargada de expedientes, la muerte episódica en un matrimonio fracasado, la muerte de su amigo más querido y borrachín Pablo Sandoval que se ofreció por él –por Espósito- a los asesinos del régimen. Hasta su amor por el ideal de justicia, ha muerto y en su lugar se levantó el régimen de atropellos políticos y el de la justicia cumplida por mano propia. Irene Menéndez-Hastings, la jefa que espera el beso que no llega y se muere en un matrimonio de cotidianidades, de donde resucita como personaje fundamental de la novela que escribe Espósito, a quien desafía una y otra vez, sin obtener la más mínima muestra del amor esperado.
Esos son los encantos de esta película. La contradicción, la permanente huída, el lunfardo medido, la pasión irrenunciable del director y los actores –como hinchas del Racing de Avellaneda-, el permanente movimiento dentro del cuadro, la luz y la fotografía exquisitas, el manejo de los tiempos debido a la presentación de borradores de la novela. Y la ambigüedad del triller: ¿quién asesinó a Liliana Coloto de Morales? Hasta podría pensarse que fue su propio marido, el buen vengador que encierra a Gómez, lo condena a la incomunicación hasta la propia muerte; todo para desquitarse de la infidelidad de su bella mujer. Gómez, como los bolivianos de la película, podría haber confesado bajo la tortura psicológica ejercida por Irene Menéndez que le aplica la picana verbal en lo más preciado de su condición porteña: negarle su “hombría”. Pero lo más hermoso de todo es repasar esta película en el DVD, y asistir a las explicaciones sobre el uso de las tecnologías digitales para lograr la apariencia antigua de las locaciones, el plano secuencia en el estadio de Racing, el diseño de vestuario y utilería. Y la colaboración de Eduardo Sacheri, el autor de la novela original como co-guionista del filme.
Encantadora como el verso contradictorio de Sabines; consecuente como el poema de Prevert.