domingo, 16 de octubre de 2011

De Antes de partir a Las invasiones bárbaras

Título: Antes de partir (The Bucket List)
País: Estados Unidos, 2007
Géneros: Drama (Historias de superación – Lagrimones)
Duración: 97 minutos
Director: Rob Reiner
Actores:  Jack Nicholson, Morgan Freeman, Rob Morrow

Título: Las invasiones bárbaras (Les invasions barbares)
Dirección y guión: Denys Arcand.
Países: Canadá y Francia.
Año:
2003.
Duración:
99 min.
Interpretación:
Rémy Girard (Rémy), Stéphane Rousseau (Sébastien), Marie-Josée Croze (Nathalie), Marina Hands (Gaëlle), Dorothée Berryman (Louise), Johanne Marie Tremblay (Constance), Yves Jacques (Claude), Pierre Curzi (Pierre), Louise Portal (Diane), Mitsou Gelinas (Ghislaine), .
Producción:
Denise Robert y Daniel Louis.
Música:
Pierre Aviat.
Fotografía: Guy Dufaux.
Montaje:
Isabelle Dedieu.
Dirección artística:
François Séguin.
Vestuario:
Denis Sperdouklis.

 Estaba en deuda con estas dos viejas.

Hay un día que el malestar se rebela contra la memoria; la acorrala y la exige de tal forma que esta tiene que confesar su fragilidad. Todo queda patas arriba. Me parece claro que leí en Lo verosímil fílmico de Gallvano de la Volpe su exposición acerca de la verosimilitud como fundada en la coherencia narrativa del filme, contra la supuesta conformidad con la realidad externa referida por la fábula o historia contada. Ahora, no estoy muy seguro de si revuelvo con la tesis de Estanislao Zuleta sobre la coherencia de los códigos narrativos para la lectura de Metamorfosis de Kafka. Prefiero pensar que los dos datos de mi (des)memoria son ciertos y no es posible detenerme hasta recuperar mi biblioteca.

El punto, entonces, es el malestar.  Sucede que, repasando, me encontré en los últimos meses dos filmes que cuentan aventuras de viejos llegados a su inminente muerte: Antes de partir (2007) y Las invasiones bárbaras(2003). Enfermos terminales. Víctimas. Moribundos que no desatan dolores ni lamentos, sino alegría y plenitud de vida. Nada más lejano de los códigos de nuestra realidad. Pero las historias narradas son perfectamente verosímiles, creíbles. Tan creíbles que nos arrebatan de la silla y nos elevan a la plenitud del goce de la muerte. La pregunta es ¿Cómo se hace esta “realidad”?

La respuesta me obliga referir al señor Watanabe, de Ikiru – Vivir de Kurosawa. Su fino humor nos lleva de paseo por una galería de imágenes imposibles que narran la búsqueda del sentido de vida de un burócrata inútil, enfrentado a su muerte por enfermedad terminal. De inútil pasa a ridículo buscador de los placeres en el prostíbulo, enamorado de la joven que puede ser su nieta, héroe enfrentado a las bandas de expoliadores de la ciudad y compañeros de oficina que  se ahogan bajo el peso de montañas de expedientes. Narración de sucesos y aventuras que terminan cuando la muerte lo encuentra plácidamente jugando en el parque infantil. La fábula de Kurosawa no necesita ningún truco. Las películas norteamericanas no son posibles sin él.

El truco está en la condición que hace posible la historia. En los dos casos que nos ocupan, el truco es poseer un tesoro inagotable: el excéntrico señor Edward Cole es un billonario irracional que, en la proximidad de su muerte, puede gastarse todo lo que no se ha gastado en su vida; el profesor Rémy tiene un hijo que puede invertir en la felicidad de su padre lo que nunca le ofreció ni siquiera como caricia. El dinero es poder. Con él se compra toda la felicidad del mundo: aún la que se impone al dolor de la enfermedad y la proximidad de la muerte.

Aceptada la posesión de la fuente inagotable de la felicidad, el dinero sirve para expresar la potencia infinita de los dos machos, protagonistas de sus historias. El primero derrocha energía, aventura, alaridos de adrenalina, nalgadas a mujeres de las afueras de la historia y arrebata de paso al negro clasemedia para conformidad del imaginario integracionista estadounidense. El segundo derrocha los principios de su militancia izquierdista de academia, amansada por un séquito de mujeres serviles al placer sexual; derroche que es posible gracias al tesoro inagotable de dólares que los buenos negocios le producen a su hijo y que éste utiliza para sobornar, poner la policía y el narcotráfico a su servicio, pasar temporadas a orillas de lagos de imponentes y serenos paisajes donde los personajes destilan palabrería con baldados de esperma como en las significativas novelas del Marqués de Sade. La jerarquía es vertical y en éste orden: dinero, machos, mujeres, negros, recursos de salud, policía, narcotráfico y monjas. Jajajajaj! Es el orden que nos complace. Alguien dice que es un orden estúpido, pero yo digo que es el que resulta de cualquier aceptación del dinero como valor supremo. Qué culpa tengo yo de haber nacido en este tiempo y en esta sociedad. Ni el malestar social, ni la inconformidad con mi memoria pueden obstaculizar el goce de estas historias truculentas narradas con absoluta verosimilitud interna.

Tunja, octubre 09 de 2011

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