martes, 4 de octubre de 2011

Mujeres al poder (Potiche)

País: Francia 2010 103 min.

Guión y dirección: François Ozon, según la obra de Pierre Barillet y Jean-Pierre Grédy

Fotografía: Yorick LeSaux

Música: Philippe Rombi

Intérpretes: Catherine Deneuve, Gérard Depardieu, Fabrice Lucchini, Karin Viard, Judith Godréche, Jérémie Renier, Sergi López

Estreno: 25 marzo 2011
Fuente: http://pantallasonora.blogspot.com/2011/03/potiche-pelicula-florero.html

¡Ja, Qué risa! ¡Los críticos más agudos, como los más obtusos y los de ángulos rectos! No encontré uno solo que no repitiese el mismo cuento de “la mujer florero”. Eso está registrado en los diálogos y es el sentido del título de la película: Potiche. O sea que es cierto. Y nadie arriesga un pelo. Importa mucho constatar que desde Robert Beams en septiembre de 2010, a raíz de su repaso al Festival de Venecia, los reseñadores y críticos han venido repitiendo que se trata de una sátira kitsch, pero ninguno desarrolla razones. Es como no decir nada, porque kitsch puede ser cualquier cosa.  Supongamos que Kundera hubiese pasado silencioso sobre ese término referido en La insoportable levedad del ser, desde entonces lo hubiésemos ubicado como autor de panfletos anticomunistas. Fue con su alusión a la estética kitsch como «negación absoluta de la mierda; en sentido literal yfigurado: el kitsch elimina de su punto de vista todo lo que en la existenciahumana es esencialmente inaceptable» que su narrativa cobró la dimensión crítico-política. Donde Beams y sus repetidores enuncian palabras sin contenidos, Kundera ve un sentido. Es en esta desazón risible donde emerge mi inquietud: ¿se puede practicar un corte longitudinal que permita visionar la dimensión estética de esta película? Voy a intentarlo, a riesgo de consumirme en tediosos listados y enumeraciones.

La fábula de Suzanne Pujol se sitúa en la década de los setenta. Ella camina, trota por los senderos del parque, escribe versos testimoniales sobre los animalitos del bosque, mantiene el orden de su casa, dirige la fábrica, se enfrenta a los huelguistas, revoluciona la producción y no sé cuántas cosas más, igual que el ridículo Clark Kent: sin despeinarse. Ignora las evidentes infidelidades de su marido, mantiene el calor de la relación filial con sus dos hijos, se sobrepone a las alianzas que la excluyen de la dirección de la empresa de su padre, sostiene relaciones secretas e intrascendentes con ocasionales amantes, pasa orgullosa  por encima de la pregunta sobre quién es el padre de sus hijos o con quién más ha tenido hijos su esposo, gana las elecciones legislativas; todo, sin el menor desorden. Conociendo lo que es, se alía con la amante de su propio marido, restablece la confianza entre los accionistas de la empresa, canta en coros políticos y restablece la alianza entre el poder legislativo y el ejecutivo para la buena marcha de los asuntos de la ciudad. Este panorama dramatúrgico tiene como contexto la ordenada casa burguesa con ornamentos mate y voluptuosos cortinajes, las secas instalaciones de la empresa, los sobrios interiores y los parques capturados por una cámara que no arriesga un ángulo diferente a la vista conforme del espectador y, si los filtros existen son para mantener el sosiego del ojo que mira desde la platea.

Como se puede apreciar, toda fuerza dramática o trágica se mantiene bajo control. Nada se desordena. Potiche, el jarrón, el florero de la vida, el orden de esa mujer, se mantiene porque el aire no es huracán de pasiones, no es ni viento siquiera. El tránsito del hogar a la fábrica y de esta a la campaña política no va jalonado por los briosos corceles que arrastraron a Parménides hasta las puertas del día y de la noche. Esto está descartado. Hasta el desenredo final del señor Robert Pujol, consecuente con su propia manipulación es reportado como el varón domado de Ester Vilar: abuelo sentado frente a la tele, sosteniendo su nieto en las rodillas y acariciando el vientre de su hija; viejo ya, sin amantes ni sorpresas, en espera paciente del final de sus días.

Nada es feo en la vida; nada causa dolor; nada de angustia. En términos de Kundera, toda la mierda ha sido eliminada. No puedo frenar aquí porque el referente estético de La insoportable levedad me impide; tengo la necesidad de decir que estas mujeres al poder son la tardía negación del dolor y la tragedia del socialismo deAllende por la próspera administración de Bachelet. Transformación del socialismo militante y revolucionario, en socialismo kitsch. No es que quiera decirlo; es que la revolución de Suzanne Pujol me pone esa evidencia en los significantes. Es que la preciosidad ridícula de esta Mujeres al Poder convoca el humor político, el humor histórico, cuyo silenciamiento sería causal de traición a la convicción de que el cine apunta a la más profunda raíz de la vida.

¡Ja, Qué risa de mí mismo! ¡Los críticos más agudos, como los más obtusos y los de ángulos rectos; todos tienen razón! Los comentarios que conozco de reseñadores y de críticos, a partir de Beams que es el primero, todos tienen razón: Mujeres al poder (masculino) trata de una sátira kitsch. Tal vez no dije nada  nuevo.

Bogotá, septiembre 29 de 2011.

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